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La Iglesia Católica ante la ‘Nueva Realidad’. Los tres retos: reflexión, fe y caridad


Por: Pbro. Dr. José Francisco Gómez Hinojosa

Vicario general de la Arquidiócesis de Monterrey; Doctor en Filosofía por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma




La pandemia no sólo nos tomó por sorpresa a todos, sino que su llegada evidenció muchas de las fallas acumuladas durante los últimos años en el mundo que hemos construido. El ser humano casi todopoderoso se ha visto derrotado ante un minúsculo virus.

“Esta dramática situación ha puesto en clara evidencia la vulnerabilidad, caducidad y contingencia que nos caracterizan como humanos, cuestionando muchas certezas que basaban nuestros planes y proyectos en la vida cotidiana. La pandemia nos plantea interrogantes de fondo, concernientes a la felicidad de nuestra vida y al amparo de nuestra fe cristiana”, escribió el Papa Francisco[1].



El impacto de la COVID-19 ha golpeado no sólo al tejido social, sino también al eclesial. Y es que la progresiva ausencia de los problemas e intereses vitales de la gente, en especial de sus fieles, por parte de la doctrina eclesiástica, y la negativa a dar avances cualitativos, aunque pequeños, en materia de disciplina interna, ha sido la causa principal del daño que la Iglesia Católica (IC) ha sufrido en los últimos años, y que cobró especial relevancia durante la contingencia.

Al cerrarse los templos y no haber celebraciones litúrgicas en ellos, y al suspenderse también las catequesis y reuniones grupales, los clérigos se vieron desconcertados, algunos de ellos sin saber cómo administrar su tiempo, envueltos en crisis físicas, psicológicas, afectivas, espirituales, económicas, entre otras. Pareciera que si no se podía celebrar la misa en los recintos sagrados, o confesar y dirigir grupos apostólicos en ellos, no había nada qué hacer. El ministerio sacerdotal -quedó evidenciado- en muchos casos se reduce a lo litúrgico.

Sin embargo, algunas voces institucionales, más bien aisladas, abrieron una pequeña puerta, una rendija, para invitarnos a la audacia de explorar nuevos caminos pastorales, tendientes no sólo a aliviar el alejamiento que los fieles sentían de los sacramentos, sino a propiciar la posibilidad de otras formas de expresión sacramental.

En este ensayo propondré tres rumbos que la IC podrá seguir en el futuro post pandemia, para no sólo salir bien librada de esta crisis, sino también para fortalecerse. Apostar por una fe: promotora de la libertad y no la esclavitud; que entiende el amor no sólo como algo asistencial y altruista, sino transformador de personas y estructuras; y que se celebra en la alegría de quienes nos sabemos y sentimos hijos de Dios y hermanos de Jesucristo Nuestro Señor.

LA REFLEXIÓN DE LA FE QUE PROMUEVE LA LIBERTAD

A pesar de los aportes del Papa Francisco y los de muchos teólogos, la oportunidad inigualable que la IC tuvo durante la contingencia, de adecuar algunos de sus postulados doctrinales no sólo al cambio epocal que estamos viviendo, sino a la vivencia dramática del confinamiento, del contacto diario con la muerte -a través de noticiarios o testimonios de personas cercanas-, de la crisis económica y social que devino, no fue suficientemente aprovechada.

En primer lugar, la pandemia era la ocasión propicia para explotar al máximo la situación dolorosa de muchas personas enfermas o con familiares fallecidos. Pero no para llevar el consuelo alienante de quien invita al disfrute de la otra vida después del gran sufrimiento en ésta, sino para aprovechar la ocasión y recordar, en medio de la gran tristeza, que Jesús vive y que la persona muerta también vive y vivirá en Él eternamente. El evangelio tiene un gran poderío psicológico que puede ayudar mucho en estas difíciles circunstancias y no siempre se utilizó durante la contingencia[2].

Es cierto que hubo notables esfuerzos, tanto del Papa Francisco como de algunas conferencias episcopales, para proyectar un mensaje de consuelo y esperanza durante la contingencia. Bergoglio no sólo de manera permanente, sobre todo en las misas diarias desde Santa Martha que eran videotransmitidas, sino en documentos como el libro La vida después de la pandemia[3], buscó consolar a través de sus mensajes, como siempre lo ha hecho con sus actitudes. Los obispos mexicanos se esforzaron de la misma manera, sobre todo con un texto muy consolador:

“En medio de la pandemia, los obispos mexicanos abrazamos a nuestro pueblo en su dolor y lo alentamos en la esperanza. Sólo si estamos unidos y haciéndonos cargo los unos de los otros, podremos superar los actuales desafíos globales y nacionales”[4].

Empero, el distanciamiento provocado por la pandemia hizo que temas como el matrimonio igualitario, la comunión de los divorciados vueltos a casar, el celibato sacerdotal opcional y el acceso de las mujeres al sacerdocio, urgidos de tratamiento, se pospusieran. Es cierto que durante mucho tiempo el interés de la IC deberá centrarse en atender las heridas que dejará la COVID-19, pero también lo es que estas temáticas, tan sensibles y delicadas, deben replantearse cuanto antes, tratando de abrir nuevos caminos para que nadie se sienta excluido de ella. Muchas de las personas que pertenecen a esas minorías son católicas y se sienten esclavizadas por el trato que se les dispensa y por la doctrina con la que se justifica su exclusión. La fe que se reflexionará en el futuro de la IC debe ser promotora de la libertad y no de la esclavitud.

LA CARIDAD COMO UN ELEMENTO TRANSFORMADOR

La IC no debe apostar por el asistencialismo como única propuesta de su pastoral social, pero tampoco debe desentenderse de él. Es necesario que ella retome esta idea en la que tanto ha insistido el Papa: ser un hospital de campaña.

“Tendremos todo claro, todo ordenado, pero el pueblo creyente y en búsqueda continuará a tener hambre y sed de Dios. También, he dicho algunas veces que la Iglesia se parece a un hospital de campaña: tanta gente herida… que nos pide cercanía, que nos pide aquello que pedían a Jesús: cercanía, proximidad. Y con esta actitud de los escribas, de los doctores de la ley y fariseos, ¡jamás!, ¡jamás! daremos un testimonio de cercanía”[5].

El llamado del Papa, lejos de ser una propuesta literaria o la invitación a una pastoral puesta en escena, contiene una profunda mordiente crítica. En vez de concentrarnos en el cumplimiento irrestricto de las normativas que hemos creado, por ejemplo: la tramitación de los sacramentos, podríamos tratar de comprender más la situación de personas que solicitan alguna atención y un servicio.

Y es que el consuelo lo entiende como cercanía, no sólo virtual sino física y, especialmente, existencial. Una cercanía que implica ponerse en los zapatos de la persona que sufre, y no sólo recordarle las leyes y normas eclesiásticas que rigen su vida. ¿No podríamos aprovechar este tiempo de consuelo para ser un poco más misericordiosos con las personas que se han sentido rechazadas por la IC durante tanto tiempo?

Desde ese momento, el Papa era consciente de la gran necesidad que tiene la IC de ser más consoladora y menos rígida, más cercana a la gente que sufre y menos legalista. Necesitamos estar ciegos para no entender que este es el gran reto que nos está planteando el mundo post pandemia: actuar como los trabajadores de los hospitales de campaña. ¡Y Francisco lo escribió seis años antes!

Junto a este necesario consuelo y acompañamiento, se necesitaba un serio cuestionamiento al sistema económico y político que regía al mundo antes de la pandemia. ¿No estaríamos, entonces, ante la oportunidad de replantearnos los clásicos dogmas neoliberales, que están probando su fracaso? Resulta curioso que uno de los puntales de esta doctrina, la no intervención del Estado en la economía, se ha venido abajo por la contingencia, y ahora los mismos empresarios que le pedían que sacara las manos de sus negocios son los que imploran financiamiento estatal para salvarse. ¿Entonces? ¿Estado sí o no? ¿Sí para apoyarlos durante la crisis, pero sin que regule sus movimientos financieros[6]?

La vivencia de la fe que promoverá la IC en el futuro, así lo espero, apuntará a lo transformador, sin descuidar lo asistencial. Estamos ante una verdadera caridad cristiana, y no sólo ante un movimiento altruista.

LA FE COMO MANIFESTACIÓN DE ALEGRÍA

Uno de los aspectos que más penetraron de la pandemia en la IC fue la afectación litúrgica sufrida en estos meses. Al coincidir la cuarentena con la Semana Santa, los días en los que con más colorido y representación simbólica se vivía la religiosidad católica tuvieron, en cambio, que ser seguidos a través de plataformas digitales. La tele-evangelización alcanzó su punto culminante durante los meses de la contingencia. Afincados en sus hogares, los fieles no tenían otra posibilidad más que conectarse a sus dispositivos electrónicos para seguir a distancia los oficios al fin de la cuaresma, las misas y otras reflexiones como retiros espirituales y pláticas doctrinales.

El impacto fue demoledor en los ministros de culto. Y es que, al cerrarse los templos y no haber celebraciones litúrgicas en ellos, y al suspenderse también las catequesis y reuniones grupales, los clérigos se vieron desconcertados, algunos de ellos sin saber cómo administrar su tiempo, envueltos en crisis físicas, psicológicas, afectivas, espirituales, económicas, entre otras. Pareciera que si no se podía celebrar la misa en los templos, o confesar y dirigir grupos apostólicos en ellos, no había nada qué hacer. El ministerio sacerdotal -reitero- en muchos casos se reduce a lo litúrgico.

Pero a una liturgia muy desconectada de la vida. Celebraciones que no tienen el requisito previo de la reflexión y la vivencia de la fe, y que en muchos casos se han convertido en meros eventos sociales. De esta liturgia, también hay que decirlo, brota el sustento de muchos clérigos, por lo que junto con la crisis religiosa sobrevino una gran carencia económica, al no haber ingresos en parroquias e instituciones eclesiásticas.

Le urge a la IC renovar su liturgia en dos direcciones: por una parte, buscar que sea la verdadera celebración de una fe que, previamente, ya se ha reflexionado y vivido, de manera que no pierdan su significado y su impacto en las personas que participan en ellos; en segundo lugar, es preciso renovar protocolos, asignación de lecturas, cantos y escenografías, que conviertan, en especial a las misas, en algo más cercano a los fieles, sobre todo a los jóvenes, y que proyecten alegría y no amargura.

¿Qué futuro le depara a la IC cuando arribe la “nueva normalidad”? Será preciso no regresar a las prácticas que la colocaron en esta crisis, y darle menos atención a la norma y más al seguimiento de Jesús de Nazareth. De igual forma, le urge explorar nuevos horizontes doctrinales, caritativos, litúrgicos, en una palabra: pastorales. Es necesario retornar a las enseñanzas de su fundador para avanzar a un futuro promisorio.

 

Referencias [1] En el Prólogo al libro, muy recomendable, de Walter KASPER - George AUGUSTIN (Editores), Dios en la pandemia. Ser cristianos en tiempos de prueba, Sal Terrae, Santander 2020. p.10. [2] Ramón HERNÁNDEZ MARTÍN, Honras fúnebres. Sangre derramada, en Fe Adulta, 3 julio 2020. [3] Papa Francisco, La vida después de la pandemia, Libreria Editrice Vaticana, Cittá del Vaticano 2020. [4] Conferencia del Episcopado Mexicano, Abrazar a nuestro pueblo en su dolor, 29 junio 2020. Llama la atención, sin embargo, otro texto con un tono muy diferente de los mismos obispos: Conferencia del Episcopado Mexicano, Declaración conjunta de los Obispos de México sobre el don de la vida y la dignidad de la persona humana, 16 julio 2020. [5] Pronunciado por vez primera el 19 de septiembre del 2014, en el encuentro internacional “El proyecto pastoral de la Evangelii Gaudium”. [6] Cfr. “… qué escándalo si toda la ayuda económica que estamos utilizando -la mayor parte con dinero público- se centrara en redimir industrias que no contribuyen a la inclusión de los excluidos, a la promoción de los últimos, al bien común o al cuidado de la creación”, Papa Francisco, Audiencia General del 19 de agosto del 2020.

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