Escribir es doloroso y, definitivamente, no siempre es terapéutico: Anne Boyer
- agencia2946
- 24 abr
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Por: Macarena Valdés
¿Para qué sirve la literatura? La respuesta más lógica –que no por eso menos importante– puede ser: dar sentido. Cuando la realidad se nos presenta con un grado de complejidad que trasciende nuestra capacidad interpretativa, el lenguaje y las historias que construye pueden ser dos herramientas indispensables para conceptualizar lo desconocido.
Sé que esto no es el hilo negro, que no estoy descubriendo nada nuevo, pero me parece una idea imprescindible en la introducción de esta entrevista, porque la experiencia de Anne Boyer y su obra testimonial Desmorir, una reflexión sobre la enfermedad en un mundo capitalista, que le valió a la autora el Premio Pulitzer de No Ficción en 2020, es una gran confirmación de esta premisa.
Tras recibir un diagnóstico de cáncer de mama triple negativo en 2014, la escritora construyó una narración que se desprende del proceso de tratamiento y dejó en evidencia cómo –sobre todo en Estados Unidos– casos como el suyo implican un padecimiento que excede el ámbito médico, ya que involucran a las estructuras sociales y económicas, las cuales presentan más obstáculos que espacios de apoyo. Por esto mismo, desde la parte más ensayística del libro, Boyer propone, a través de un acercamiento transversal, visibilizar la forma en la que las desigualdades, sobre todo la de género, influyen en las experiencias de las personas enfermas.
En una parte del libro, Boyer recurre a una analogía para abordar el tema de los cuidados, tema que se relaciona con esta edición de la revista Tres Puntos: asegura que lavar los platos no es una tarea interesante o digna de atención en sí misma, pero es una tarea de la que dependen muchas más. Y concluye: “Es difícil hacer un juicio de valor a través de los sentidos acerca de los esfuerzos, necesarios y a veces invisibles, que intercambiamos. Es difícil encontrar la belleza en el ubicuo espacio que siempre estamos creando en torno al siempre manifiesto mundo del mundo”.
Entonces, insisto, la literatura.
¿De qué manera la literatura y el trabajo de otras escritoras te ayudó a entender y a sobrepasar tu enfermedad?
Soy lectora antes que escritora. Tan pronto enfermé, acudí a la biblioteca para conocer las experiencias de otras escritoras con la enfermedad. Quería conocer cómo enfrentaron su espectro de cáncer en particular. El libro comienza con un relato de estas mujeres y su escritura, con el propósito de estructurar mis propios pensamientos, sobre todo para establecer en qué punto se relaciona mi experiencia con las experiencias que me precedieron.
¿Qué tan importante resulta emanciparse del lenguaje técnico de los doctores para hablar de la enfermedad?
Fue crucial durante mi enfermedad. Encontré que el lenguaje del cáncer era un conjunto de ofuscaciones confusas de la realidad, además de un modo infantilizante de dirigirse que, a menudo, habían creado los propios pacientes. Parecía la tarea perfecta para una poeta: una invitación a que llegara a hablar con un nuevo lenguaje que permita comprender el mundo.
¿Cómo afecta el arraigo de un lenguaje ligado al individualismo a la superación o a la creación de estigmas en torno a una enfermedad como el cáncer de mama?
Esa fue la principal cuestión a la que me enfrenté: la forma de tener cáncer, en el momento de mi diagnóstico, equivalía a tener cáncer como una especie de gurú de autoayuda: beber batidos verdes, participar en carreras 5K e impedir que un solo pensamiento negativo cruzara por la mente; mucho menos verbalizar una queja… o dejar de ser una “luchadora”. Este último término es terrible, y a él nos enfrentamos como mujeres. Representa el no-poder; genera más desesperación el hecho de no entristecerse jamás. Nunca sentir melancolía ni mostrar debilidad, porque hay que luchar con una sonrisa en el rostro. Este lenguaje de positividad tóxica lo encontré luego del momento de mi diagnóstico, incluso por parte de amigos de quienes esperaba algo distinto. Es decir, personas con una visión crítica de la sociedad, pero que tenían miedo de que yo empeorara mi propia situación si enfrentaba la dificultad o la oscuridad que había en la enfermedad.
Desde la década de los 60, Kate Millet afirmaba que lo personal es político. Tu libro nos presenta la necesidad de seguir discutiendo, con perspectiva de género, las implicaciones que generan las decisiones tanto del ámbito público como las de la vida privada.
En definitiva, porque lo político también es personal. Si observamos la pérdida de autonomía reproductiva de las mujeres en Estados Unidos, podemos ver la manera en que procesos políticos y distantes impactan sobre los individuos. Así sucede en ese país, que tiene un sistema de salud basado en lucrar. No se asemeja a nada que la humanidad haya visto antes; son decisiones que pueden parecer muy lejanas de nuestra vida cotidiana, excepto cuando tratamos de sobrellevarlas durante momentos de crisis. Es entonces que nos impactan con un poder devastador y, en ocasiones, terminan en una fatalidad. Este sentido de responsabilidad política feminista no puede limitarse a afirmar que lo personal es político, sino que en los ámbitos político y social todos debemos participar.
Con respecto a las críticas al sistema económico propones implementar una perspectiva de género y no limitarnos a la clase social, porque las políticas económicas afectan a las mujeres de manera diferente.
Y no se trata solo del género, también de raza. En Estados Unidos, la desigualdad a menudo se distribuye a través de inequidades raciales, que tienen una historia larga, difícil y dolorosa en ese país. En el caso del cáncer, no hay diferencia. En el tratamiento médico, no hay diferencia. Por lo tanto, el género, la raza, la clase social e incluso el lugar de origen de las personas –si provienen de zonas rurales o urbanas, adineradas– son factores que afectan el desarrollo de la vida médica. Es por esto que el análisis no debe ser monocausal. No hay una sola fuente de desigualdades. Debe buscarse una visión amplia y compleja tanto de la historia como de la sociedad: tarea difícil para una escritora. No puedo decir que entiendo el mundo por completo, con todas sus maquinaciones, pero en este libro, por lo menos, traté de observar el mundo de esta manera.

¿Cómo podemos describir las consecuencias de este sistema, que refuerza y depende de la competencia constante entre las personas, en el tejido social?
En los Estados Unidos, este ethos de la competencia se nos inculca desde que entramos a la escuela, si no antes. Es la América de los partidos de fútbol, las porras, la guerra interminable y la competencia capitalista, donde hay una sensación de que los débiles merecen todo lo que les suceda, y de que los ricos y poderosos hicieron algo para tener todo el dinero que poseen, o de que Dios –por alguna razón– eligió tanto a los vencedores como a las víctimas de la sociedad. Es la ideología con la que crecemos. Por eso no sorprende que, al enfermarnos, algunas personas piensen que los muertos son aquellos que no lucharon lo suficiente, o bien que los supervivientes son los merecedores, que salieron vencedores de una especie de batalla cósmica. Es repulsivo. Quien ha perdido a alguien debido a una enfermedad grave, sabe que no fue por falta de voluntad de vivir. Dejar atrás las ideologías sociales con las que crecí fue, al mismo tiempo, parte de la lucha del libro y parte de la lucha contra el cáncer.
Hablamos de cómo la literatura y el trabajo de otras escritoras te ayudó a comprender tu enfermedad, pero ¿de qué forma te ayudó la escritura de Desmorir?
Para ser sincera, no sé si me ayudó. Escribir es doloroso, no siempre es fácil y, en definitiva, no siempre es terapéutico. Tenemos la idea de que, al escribir algo, exorcizamos nuestros demonios. Mi experiencia, más bien, gira en torno a criarlos, abrirles la puerta. Ahora bien, la capacidad de transformar la experiencia individual en solidaridad por todo el mundo y conversar con personas que tienen experiencias similares ha sido uno de los grandes regalos de mi vida. Sin embargo, el proceso de escribir el libro fue muy difícil para mí. No sabía si sería capaz de terminarlo.
Los temas de la enfermedad, la desigualdad social, la competencia constante entre personas y los discursos desde algunos medios de comunicación que nos imponen modelos ideales de vida están ligados a los problemas de salud mental.
Todas estas cosas ya se han vuelto visibles para nosotros, pero ahora nos faltan herramientas para entender lo que vemos. En cuestiones de salud mental somos capaces de ver que otros están sufriendo, que se sienten desesperados, ansiosos o tristes. El desafío es combinar nuestras impresiones inmediatas de lo que vemos con un marco político, e incluso filosófico, de mayor amplitud. Ese complejo desafío va dirigido hacia activistas, escritores, artistas, trabajadores culturales y trabajadores de la salud: debemos unirnos y cuestionarnos de qué manera nos conectamos para formar un sistema de acción y reconocimiento del estado del mundo. ¿Tenemos alguna idea de cómo hacerlo? Parte de esto tiene que ver con las condiciones materiales. Un mundo tan desigual no permite que nos las arreglemos individualmente. Algún día podré prosperar, pero no prosperaré verdaderamente mientras me encuentre en un mundo lleno de tanto dolor, donde el nivel de desigualdad es absurdo e inaceptable desde una perspectiva lógica o de cualquier otro tipo. Es necesario que trabajemos juntos para cambiar las condiciones materiales. No es solo una cuestión de actitud. Se trata de necesidades que todo el mundo tiene y que exigen una distribución más justa.
Desvivir se publicó hace unos tres años. Desde entonces, lo han leído miles de personas y ganaste un Premio Pulitzer.
Es muy extraño, nunca esperé ganar un premio como ese. Me sorprendí mucho cuando sucedió. En cierto modo, es muy difícil porque establece una barrera entre tú y los demás. Te sitúa en una posición que no necesariamente es buena para un escritor, o al menos no es buena para mí como escritora, porque me gusta imaginar que estoy escribiendo a partir de la experiencia humana común. Cuando empiezas a llevar premios contigo, esto se convierte en una carga y la gente no te ve de la misma manera en la que siempre te habías visto a ti misma. Lo bueno que ha surgido de ello es que el libro se ha vuelto internacional, he conocido a más gente: escritores, pensadores, periodistas, y otras partes del mundo. Amplió mi mundo completamente, lo cual tuvo un efecto en toda mi vida. Incluso ha tenido un efecto en mi propia comprensión de cómo era la vida en Estados Unidos y cómo era este sistema de tratamiento sanitario en comparación con lugares que tienen versiones más humanas, de cómo tratan a las personas enfermas. En ese sentido, recibir este galardón ha sido una experiencia increíblemente enriquecedora.
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