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L.M. Oliveira: El principio de igualdad es un enunciado que se lleva a la práctica


 

Foto: Cortesía
Foto: Cortesía

Por: María Belén Cane


Aunque la igualdad constituye el sustento de la democracia –por donde se mire y apunte– el trato igualitario parece tratarse más de una excepción que de una regla. A pesar de que el principio se encuentra plasmado en las constituciones, acuerdos y tratados que rigen a las naciones, resultaría fácil tachar a aquellos que defienden su realización de idealistas y al mundo que proclaman de utópico.

No obstante, si se quiere alcanzar el ideal igualitario, opina Oliveira, es importante “no desesperar”, pues “uno no trabaja o lucha solo para conformar la propia realidad, sino la realidad de los que van a venir después”. Así, aunque los frutos de las luchas no sean tangibles a primera vista, no quiere decir que estas no sean fructíferas a la larga. 


En No puedo respirar: un ensayo sobre la igualdad, L.M. Oliveira, galardonado escritor y profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, nos enfrenta a crudas historias de la realidad desigual, racista, clasista y machista en la que vivimos, a la vez que llama al público general a reflexionar sobre este principio de igualdad desde sus bases conceptuales e implicaciones éticas. 


El autor pone en la mesa un hecho evidente, pero no por eso redundante: la igualdad moral, que se fundamenta en la facultad humana de la autonomía, no es lo mismo que la igualdad ante la ley. Oliveira argumenta que, más allá de lo que se acuerda en papel, debemos estar convencidos de este principio y convencer a los demás, a través de la educación, de que vale la pena defenderlo. Un primer paso, para él, es ponerlo en discusión. 


¿Por qué es relevante traer nuevamente a colación el concepto de igualdad?


El Siglo de las luces es un punto históricamente importante porque introdujo ciertas ideas, como la igualdad y la libertad, que se convirtieron en la base de los sistemas democráticos que se consolidaron a partir de entonces. Me atrevo a decir que la democracia es el marco institucional que nos permite ser iguales. 


Entonces, es importante traer de nueva cuenta a colación el tema de la igualdad porque a veces parece que damos todo por sentado y se nos olvida la importancia de las cosas. Un día perfectamente nos podemos levantar y ya no tener un sustento institucional que defienda la igualdad, por lo que debemos tenerla siempre presente y señalar las banderas rojas que nos indican retrocesos.


¿Hubo algún evento o noticia que lo haya inspirado a hablar sobre la igualdad?


El hecho mismo de que se dé por supuesto y se discuta muy poco hizo que me costara trabajo encontrar libros teóricos dedicados solo al asunto de la igualdad. Decidí que era un buen momento para tomar el toro por los cuernos y tratar de hacer un estudio de la igualdad para luego tratar de explicarla. Una de las cosas que tiene escribir libros que son para el público general es que uno tiene que tener clarísimo qué va a decir y no me atreví a escribirlo hasta que entendí lo que quería decir de la igualdad. El libro está repleto de historias sobre la realidad, pero la verdad es que realidad no se cansa de darnos historias sobre desigualdad. 


¿Por qué es relevante que el público general tenga herramientas para comprender estas nociones de la ética?


Hay muchas razones, pero una muy clara es que si las personas no saben cuáles son sus derechos y por qué los tienen, no pelearán por ellos ni se preocuparán cuando los pierdan. Los derechos humanos son un invento, son ideas que han evolucionado a lo largo de los siglos y los continentes, y debemos ser conscientes de que lo son. No está en nuestro código genético tener derechos y en gran parte de los miles de años de historia de la humanidad, no han existido.


Desarrolla en el libro las diversas teorías que intentan explicar por qué los humanos somos seres morales. Por otro lado, ¿cree que existe también una inclinación humana a tratar a otros de manera desigual o discriminatoria?


Yo creo que tenemos ambas inclinaciones: la inclinación a ser autoritarios y violentos, y la inclinación a ser generosos y amorosos. Si solo tuviéramos la inclinación a portarnos mal, no tendría sentido hablar de moral. Pero es una batalla constante, no es que llegará un día donde nadie actúa mal. De lo que se trata es de reducir el espacio para que las personas actúen de esta manera. Para eso sirve el Estado, sobre todo el estado democrático, donde hay una sociedad de cuidados. 


Por otro lado, hay diversas motivaciones para hacer el mal, pero una buena parte de ellas tiene que ver con la desigualdad y la injusticia. Obviamente, no se puede terminar de tajo con la desigualdad. No es que sea un mal inherente, es que es una estructura social que hace que las personas se comporten de esa manera. Lo que hay que hacer es transformar esa estructura.


¿Es posible que quienes cometen estos actos defienden la idea de la igualdad, sin percatarse de que actúan en contra de su propio principio?


Creo que cuando una persona está convencida de que somos iguales, difícilmente se comporta como se comporta un macho o un esclavista. Se vuelve muy difícil creer en una idea y actuar de manera contraria, es casi una esquizofrenia moral. Yo sí creo que las ideas ayudan a que las personas se comporten de una u otra manera y por eso es importante que hablemos de igualdad, de justicia y de Derechos Humanos. A la larga, si convencemos a la gente, con razones, de que estas son buenas, lograremos que se arraigue en su razón. Si te lo impongo, mañana se te cae. Esa es la labor de la educación. 


¿Cuál considera que es el mejor medio para convencer a las personas de que todos somos iguales?


Hay que empezar desde muy pequeños. Es el momento donde el cerebro está más flexible para absorber ideas, que se vuelven más sólidas en los hábitos de las personas. A los niños, no basta con decirles “no trates así a Juanito porque también le duele”. Ese argumento es insuficiente; necesitamos explicar más con razones y también con el ejemplo, donde las cosas que suceden no contradigan lo que enseñan. Imagínate un papá enseñándote que todos somos iguales, pero que por la noche le pega a tu mamá. No hay idea que supere la conducta: el niño se le va a inculcar más los golpes que la idea de igualdad. Entonces, hay que ser coherentes con lo que enseñamos y hacemos.


¿Qué papel juega la compasión y la sensibilidad en la educación para la igualdad?


Hay varios sentimientos que son muy importantes para educar moralmente. La compasión, la empatía, el amor, son emociones morales que nos ayudan a vivir de manera. La conducta correcta, no solo es resultado de la razón; escogemos que hay que hacer racionalmente, pero las emociones que rodean las conductas refuerzan las conductas. No puede haber una ética que no vaya acompañada de la razón, sin duda, pero tampoco hay una ética sin emociones. Es falso que la razón domine nuestra conducta, aunque lo intentemos. La idea de una sociedad compasiva, cariñosa, cuidadora se ha estado extendiendo últimamente, y es una idea valiosa. Algo que debemos hacer como sociedad, como parte de sus fundamentos, es cuidarnos los unos a los otros. 


¿Encuentra alguna limitación al principio de la igualdad?


La igualdad siempre topa pared cuando encontramos ciertos seres que son humanos y que no tienen nuestras características; si decimos que los seres humanos somos racionales y autónomos, ¿qué pasa con una persona que está en coma? ¿Es igual? La respuesta es sí, pero las razones por el sí se vuelven bastante complicadas, porque son las excepciones a la regla. 


Asimismo, la igualdad siempre se pone en balance con la libertad, lo cual no es tan sencillo. ¿Qué es más importante? Hay un conflicto que no es fácil de resolver. El principio de igualdad creo que es universal, pero es también un enunciado, luego hay que ver cómo se lleva a la práctica.


Menciona en un capítulo que vivimos una recesión moral, que coloca al individualismo por sobre todas las cosas. ¿Cuál es el origen de que se ponga en tela de juicio el principio de igualdad?


Vivimos en una sociedad donde se ha exaltado mucho la competencia. En el libro pongo el ejemplo de una liga de futbol. Por supuesto, esa competencia supone que nunca se exceda las reglas de la liga, porque esa es la única forma de competir es que haya liga. Si vamos a proponer que las personas compitan entre sí, tiene que ser en una estructura que limite la competencia a reglas justas, claras, que no se violen. El problema es que hemos exaltado la competencia a tal grado que hay personas que creen que se puede competir sin importar los derechos de las demás personas. Es ahí donde se rompe el fundamento de la sociedad, del Estado. Resulta más difícil convencer a las personas de que la competencia llega hasta ahí; por eso vemos una recesión moral, porque las personas ponen por encima sus intereses a todo lo demás. 


¿Qué implicaciones tiene para el plano normativo que los principios morales puedan violarse con tanta facilidad?


El libro es que el Estado no puede llegar a todas las esquinas, pues sería omnipresente y se volvería ineficaz. Doy el ejemplo de la mentira: está mal mentir, pero uno no puede pretender que el Estado persiga a todos los mentirosos; no daría abasto. Las personas tenemos que evitar mentir y convencernos de la importancia de ello, más allá del Estado. Es ahí donde juega un papel fundamental la educación civil, comportarnos de una manera no porque nos van a perseguir y castigar, sino porque estamos convencidos de que es la manera correcta de actuar


A nivel personal, ¿qué podríamos hacer para defender este principio?


Las transformaciones sociales no acontecen a lo largo de la vida de una persona. Las mujeres están mejor que hace 100 años, pero ha sido un cambio que se ha desarrollado gradualmente con el tiempo. Lo que podemos hacer las personas es no desesperar, no frustrarnos y no pretender que las cosas suceden mañana o no van a suceder. A veces, uno no trabaja o lucha solo para conformar la propia realidad, sino la realidad de los que van a venir después; la construcción de la humanidad no solo es para los que estamos sobre la Tierra, sino para los que van a estar más adelante. Quienes lucharon por nuestra independencia en 1810, y las feministas que lucharon por el voto a principios del siglo XX, estaban construyendo el mundo para las mujeres que iban a venir después. Hoy se pueden gozar los frutos de las luchas anteriores, y los resultados de nuestras luchas, los gozarán los que vienen.

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