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La mirada lúcida

El periodismo más allá de la opinión y la información


Alberto Lladó

Licenciado en Filosofía por la Universidad de Barcelona; posgrado en Periodismo de Proximidad en la Universidad Autónoma de Barcelona; maestro en estudios comparados de Literatura, Arte y Pensamiento por la Universidad Pompeu Fabra; Editor de la Revista de Letras y colaborador de La Vanguardia.


El periodismo es una cuestión de mirada. Pero una mirada cualquiera no es suficiente. Necesitamos una mirada lúcida. Albert Camus, en un artículo que escribió para el periódico argelino Le Soire Républicain, el 25 de noviembre de 1939, y que había quedado olvidado hasta hace poco en los Archivos de Ultramar de Aix-en-Provence, apuntaba los cuatro puntos cardinales que rigen el periodismo libre: lucidez, desobediencia, ironía y obstinación.


La lucidez ha intentado ser presentada como un atributo personal e innato («X es alguien lúcido») o como un acierto puntual («X estuvo muy lúcido anoche»). Sin embargo, ni es una propiedad puramente congénita ni es el efecto de un capricho arbitrario. La mirada lúcida es, como dirían los surrealistas, un «estado de disponibilidad». Y, durante este breve ensayo, intentaremos descubrir en qué consiste este dispositivo antimecanicista.

Relegadas, pues, al acierto o al don natural tanto desde el periodismo como desde la filosofía, la lucidez no se ha tenido en cuenta como una forma subversiva de aprehender. Nos prometieron una sociedad del conocimiento y nos hemos quedado embarrados en una sociedad de la información. La cifra y el algoritmo han monopolizado el rol que el periodista había ejercido hasta ahora. Pero ni el lamento ni la nostalgia (y mucho menos la tecnofobia) nos van a devolver los años dorados de una profesión que observa el pasado con demasiada idolatría y el futuro con una actitud, a veces, casi apocalíptica.


El fulgor suele entrar por las grietas. En La cámara lúcida Roland Barthes defiende que la fotografía no nace, como se suele creer, de la pintura (que le transmite el encuadre y la óptica de la cámara oscura), sino de la química, y en especial del descubrimiento de la sensibilidad de la luz a los haluros de plata. «La foto es literalmente una emanación del referente». ¿Podemos decir lo mismo de la entrevista, del reportaje o de la crónica? Barthes señala que la fotografía es una imagen revelada, «exprimida» (como el zumo de un limón) por la acción de la luz. ¿Y no es eso lo que hace el periodismo cuando actúa desde la mirada lúcida, poniendo el foco donde la mirada doméstica solo veía opacidad?


La mirada lúcida combate al autómata en el que todos estamos a punto de convertirnos. La mirada lúcida no cree en la literalidad, condición primera de todo dogmatismo. «Una especie de cordón umbilical une el cuerpo de la cosa fotografiada con la mirada: la luz, aunque impalpable, es aquí medio carnal, una piel que comparto con aquel o aquella que han sido fotografiados», dice Barthes.

Tal vez hemos olvidado que ese cordón umbilical, tan invisible como robusto, nos conecta con todos los mundos aún por narrar. Y tal vez hemos aceptado bajar la cabeza demasiadas veces para tener un único campo de visión, como si estuviéramos en una especie de rueda para hámsteres, en la que solo vemos pasar notas de prensa, teletipos y declaraciones institucionales. Las exclusivas, por otro lado, se han convertido en filtraciones más o menos interesadas, que funcionan como el apunte de color de un todo agarrotado y monolítico.

Todos recordamos aquella escena de Tiempos modernos en la que Chaplin intenta seguir el ritmo frenético de la cadena de montaje, apretando las tuercas de las piezas metálicas que pasan frente a él. No conoce el resto de las secciones de la línea de producción, y tampoco puede detenerse ni un segundo a preguntarse por el sentido de su trabajo. Hoy, con las excepciones que queramos, la mayoría de las redacciones de diarios (sobre todo digitales) funcionan de una manera escandalosamente parecida. El capataz que pide más productividad ahora es el supuesto experto en SEO (Search Engine Optimization), que se ocupa del posicionamiento en buscadores y exige a los redactores que fabriquen piezas (las llaman así, literalmente) que, expliquen lo que expliquen, contengan las palabras claves y las etiquetas del momento. El culto al dios Tag se ha convertido en una religión sin posibilidad de apostasía.


Algunas redacciones se han vestido como si fuera una especie de cabina de Star Trek, repletas de pantallas por todas partes, en las que vemos qué artículos han sido más consultados durante los últimos minutos, y qué es lo que están buscando los potenciales usuarios en Google. ¿Cuántas veces detrás de ese tráfico no hay lectores sino robots? ¿Qué hay de simulacro en estas mediciones? ¿Hasta cuándo vamos a perseguir fantasmas en un modelo que necesita algo más que columnas de humo para sostenerse?



Podríamos utilizar esos trucos, que no son más que los cebos de un pescador rudimentario en un océano de datos, para intentar convertir las visitas en una comunidad de lectores. Pero eso nos obligaría a invertir en criterio propio, en construir una singularidad, y escapar, así, de la uniformidad que genera esa curiosidad low cost. La pereza intelectual explica, entre otras cosas, cómo se ha ido imponiendo una mirada encadenada a la repetición de fórmulas preestablecidas y que no exponen más que una carcasa vacía.

Hay que ayudar a emanciparse, también, al tecnólogo. O lo reivindicamos como un profesional creativo que ayude a reconstruir el caleidoscopio que es un periódico, o sufrirá su propia robotización.

El periodismo, como la poesía, forma un triángulo de tres vértices: precisión, consciencia y misterio. Cada vez que falla uno de los lados todo se desmorona. La mirada lúcida supone el cuidado de ese frágil equilibrio. La precisión obliga a conocer las herramientas del oficio, la conciencia es la voluntad de mantenernos independientes en su ejercicio, y el misterio produce esa brecha abierta que, como si fuera el resultado de una descarga eléctrica, es capaz de hacer añicos todos los prejuicios. Los ajenos y los propios.

Chaplin acabará engullido por la máquina. Incluso cuando ya está en su interior, envuelto, por los grandes engranajes, no puede parar de hacer girar sus llaves de estrella. Pero el periodista puede sortear esa tarea a la que parecen haberlo relegado. Ni la creciente precariedad laboral ni la transformación que ha supuesto el entorno digital (ambas innegables) deberían servir como excusa para resignarse a la mecanización de lo que, inherentemente, es un trabajo creativo.

Simone Weil habla de la posibilidad de realizar un «trabajo lúcido». La pensadora francesa supo ver los efectos devastadores de una especialización que es motor de alienación y aislamiento. Con tan solo 25 años, abandona su carrera como docente para incorporarse a la fábrica de Renault. Allí conoce de primera mano los problemas reales de los obreros. En Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social, un texto que Albert Camus publicó en 1955, cuando hacía más de una década que la pensadora había fallecido, la ensayista sostiene que el rendimiento puede progresar a la vez que la lucidez. «Un equipo de trabajadores en cadena es un triste espectáculo», nos dice. ¿Cómo hemos permitido ser encerrados, de nuevo, en las fábricas? ¿Por qué el periodista, que debería estar haciendo preguntas y lanzando hipótesis de conocimiento, se ha conformado con el gesto dócil y redundante? ¿En qué momento dejamos de llamar a los redactores por su nombre para bautizarles como «gestores de contenido»?


Weil articula un bosquejo de lo que podría ser una sociedad libre, aquella en la que la persona es suficientemente soberana para participar en la vida colectiva como ser pensante y no únicamente como ejecutor. Más allá de los protocolos de trabajo. «Hay que contar con reglas bien hechas, o bien con el instinto, la prueba o la rutina. Pero, al menos, se puede ampliar poco a poco el ámbito del trabajo lúcido», insistirá la francesa.


Hoy, cuando la prensa parece haber sido secuestrada por la inercia y la aceleración, volvemos a pensar en esas cuatro brújulas que nos ofrece Albert Camus (lucidez, desobediencia, ironía y obstinación) como catalizadores de un periodismo que, sin renuncia a la urgencia, transforme la información en experiencia. O para que, como nos invita la locución latina Festina lente, seamos capaces de «apresurarnos despacio».

Lucidez

El periodismo es una forma de resistencia. Camus, en su artículo para Le Soir Républicain, nos dice que el periodismo bebe de la lucidez porque se opone «a los mecanismos del odio, de la ira y del culto a la fatalidad». El texto, que fue censurado por las autoridades francesas, es un advertimiento «ante la guerra y sus servidumbres», justo cuando las élites políticas y los medios de comunicación, paralizados por el miedo a la inversión alemana, están a punto de capitular ante el III Reich. La sensación de vértigo es generalizada. Sin embargo, el pensador pide ampliar el plano y no caer en la autocompasión. «La cuestión en Francia no es saber cómo preservar la libertad de prensa. Es buscar cómo, ante la supresión de esas libertades, un periodista puede mantenerse libre. El problema no concierne a la colectividad. Concierte al individuo», escribe.

Hoy las guerras son otras. No vemos tanques en las calles, es cierto. Pero hay un combate abierto en la sociedad, que ha pasado de la promesa del conocimiento al ruido ensordecedor de la información. Todo son enlaces, archivos y documentos. La aceleración ha creado la ilusión de que la vida es algo inalcanzable. Pero la paradoja resulta aún más evidente cuando comprobamos cómo, al mismo tiempo que la red nos enseña este simulacro de libertad, confiscan libros o revistas, y envían a prisión a raperos por el contenido de las letras de sus canciones.


La resignación, sin embargo, no parece la mejor de las estrategias posibles. Tampoco la autoflagelación, ni las trampas de la nostalgia. Hay que identificar en qué cárceles se han metido al periodismo, y qué brechas puede habitar la prensa. Demostrar que el periodismo es imprescindible para una sociedad libre supone enseñar los dientes de una tradición que, aunque renovada por las técnicas digitales, ponga en jaque cualquier tentación de construir nuevas religiones o fortificar las ya conocidas a través del autoritarismo.


La mirada lúcida no tiene tiempo para las lágrimas de cocodrilo. Ni, tampoco, para las excusas del contexto. Lo que hace es identificar tótems y tabúes, y combatirlos con las armas que tiene a su alcance. No es activismo. Es desvelamiento.

Hemos confundido la actualidad con la tendencia. Y eso ha hecho que nuestra mirada se convierta en una mirada pasiva, reaccionaria (que solo reacciona a acciones de otros). Pero la actualidad demanda una mirada activa, que genere un desplazamiento. Actualizar significa actualizar lo que aún está solo en potencia. Eso es a lo que el lenguaje ordinario ha llamado «poner el foco».

Podemos explicar la actualidad (que significa tiempo presente) acudiendo a la teoría del movimiento de Aristóteles. Para el filósofo de Estagira existe un ser en potencia y un ser en acto. Solo cuando la potencia pasa a presentarse como acto, cuando se actualiza, es conocida en el aquí y el ahora. Una semilla es potencialmente una planta. El movimiento ocurre cuando, finalmente, la semilla se constituye como planta. Cuando la conocemos como tal. Con los hechos y las noticias pasa algo muy parecido. Nosotros somos los que desvelamos la potencialidad de un hecho, y al revelarlo, al narrarlo, lo convertimos en actualidad.

El hecho (que ya era verdad antes de ser actualizado) es una noticia en potencia. Actualizar hechos es lo que hace la mirada lúcida. Por eso la objetividad en el periodismo es una farsa, un intento de convertir al redactor en un observador de realidades dibujadas por otros. La mera repetición de algo que ya está en acto, sea el copia-pega de un teletipo o la reproducción de unas declaraciones en Twitter del político de turno, no genera actualidad. Repetimos lo que alguien nos ha dicho que es tendencia (una inclinación en la que nosotros no hemos participado) y que puede esconder múltiples intereses, raras veces periodísticos.

Si para Barthes la cámara lúcida nos presenta una imagen revelada, para el periodismo la mirada lúcida nos muestra un hecho revelado, actualizado. La actualidad no es duplicar lo que se ha mostrado, en una suerte de juego de reproductibilidad perpetua. O somos creadores o somos taquígrafos.


En el capítulo IX de su Metafísica, Aristóteles nos dice que «el ser no solo se toma en el sentido de sustancia, de cualidad, de cuantidad, sino que ha también el ser en potencia y el ser en acto, el ser relativamente a la acción». Por lo tanto, la potencia es el conjunto de posibilidades de la sustancia para llegar a ser algo distinto. Ese movimiento es el que el periodista puede interpretar y compartir.



Los monopolios que controlan Internet, siempre disfrazados de garantes de la libertad, han conseguido ser ellos los que imponen los criterios de actualidad. Nos muestran en nuestras redes lo que ellos consideran que nos interesa, alimentando nuestros prejuicios hasta convertirlos en una soga gigante e invisible, a la que nosotros mismos le hacemos el nudo definitivo.



Pero la confusión no es de ahora. La descontextualización de un fragmento del poema de Parménides (aquel que dice que lo que es, es; y lo que no es, no es), ya desde la Antigua Grecia, ha intentado poner fórceps a nuestra mirada. El presocrático apunta que «el uno, que es y que no es posible que no sea, es la vía de la Persuasión, pues sigue a la Verdad. El otro, que no es y que necesario es que no sea, este, te digo, es un sendero ignorante de todo. Porque ni puedes conocer lo que no es, pues no es factible, ni expresarlo».


La lucidez se rebela ante esta afirmación. Lo que no es siempre puede llegar a ser. Podemos llegar a conocerlo y, por tanto, a expresarlo. Entonces es cuando el periodismo, atento a lo que ha quedado fuera del relato oficial, derrumba el culto a la fatalidad que Camus denunciaba. El mundo se está haciendo, siempre en gerundio. Que no notemos que el suelo se mueve no quiere decir que la Tierra haya dejado de girar.



Extracto del libro La mirada Lúcida. El periodismo más allá de la opinión y la información (2019) de Albert Lladó, publicado por la Editorial Anagrama - https://www.anagrama-ed.es/libro/nuevos-cuadernos-anagrama/la-mirada-lucida/9788433916259/NCA_15


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