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Palabras ante la ausencia, el lenguaje de las Buscadoras


 

Plaza de los Desaparecidos

Por: Blanca Medina Viezca y Jacqueline Gutiérrez

Fotografías: Alejandro Ancer


Algunas veces toca hablar de lo que nadie menciona, de lo que todos sabemos, del silencio colectivo, la violencia interiorizada y las ausencias.

 

Desde la primera vez dejamos de ser las mismas. Lo reafirmamos cada vez que asistimos a la Plaza de los Desaparecidos y esta vez no es la excepción.


El espacio tomado por madres buscadoras en el año 2014 se ubica en la esquina de Washington y Zaragoza, está rodeado por rejas color verde que lo protegen y se distingue por estar hundido. Para llegar hasta su base necesitas brincar escalones muy altos.


Son las 16:00 y el sol está a un par de horas de ocultarse. Aunque el clima es cálido, conforme avanzan los minutos el aire fresco comienza a sentirse en la piel.


Al entrar en la plaza nos percatamos de que Lourdes, Luysa, Laura y Maricela ya nos esperan. Sentadas en uno de los escalones, justo en una esquina, platican entre ellas mientras nos ven llegar.


Aunque lucen cansadas, nos regalan una sonrisa y un abrazo fuerte. Fue un día pesado de búsqueda en el campo y ahora se reúnen con nosotros para una sesión de fotos.


Mientras nos actualizamos –más de un mes ha pasado desde que nos vimos–, Ancer prepara la cámara y las luces para la sesión. Nosotras preparamos unas cartulinas, pinceles y marcadores para que las Buscadoras, como se les conoce, escriban frases en ellas.


Recorrer caminos que jamás imaginé


Desde 2010, Lourdes Huerta busca a su hijo Karim. Durante casi 13 años, Lulú, como le dicen de cariño, ha recorrido diferentes rincones de México para encontrarlo. La lucha no ha sido nada fácil y el tiempo le permitió ver que no era la única. En su camino por encontrar a Karim conoció a otras madres que vivían la misma situación.


La falta de autoridades competentes y de un marco legal que les proteja, la impulsó a crear el colectivo Buscadoras de Nuevo León en 2019.


“Es muy difícil porque prácticamente empiezas a caminar sola. Ahora nos conformamos como familiares; fue la única manera que logramos seguirnos sosteniendo”.

Hoy Lulú se sostiene junto a Luysa Castellano. Luysa Castellano, quien busca a su esposo Nicolás. Ambas hacen equipo y lideran los esfuerzos por encontrar a 165 personas (un número que crece cada día).


Escrito de Lourdes Huerta a su hijo Kristian Karim

“Somos esposas, madres hijas, hermanas, hermanos que buscan a sus personas desaparecidas”.


La justicia es su principal eje. Además de la búsqueda en campo, el colectivo trabaja en la revisión y seguimiento a carpetas de investigación y gestiona apoyos sociales para las víctimas indirectas de los desaparecidos.


Mientras Lourdes, Luysa, Laura y Maricela escriben sus carteles, nosotras nos preguntamos: ¿cómo una madre puede vivir en el dolor de no saber dónde está su hijo?, ¿cómo sostenerse cuando lo último que se quiere es continuar?


La facilidad y determinación con la que escribe Laura resulta admirable para el resto de las Buscadoras, quienes dudan un poco más sobre qué frase utilizar para dar un mensaje claro, uno que muestre la realidad de su lucha.


“Yo desaparecí contigo”


Laura Galván busca a su hijo Carlos Alberto, quien desapareció el 30 de abril de 2011 a la edad de 19 años. Fue secuestrado en un parque de Santa Catarina mientras platicaba con sus amigos.


Amante del fútbol americano, Carlitos, como lo llama Laura, fue seleccionado para jugar con los Borregos. Todo ha quedado en sueños.


¿Qué pasó con Laura?

¿Cómo fue cambiando su vida a partir de eso?


Desde que su hijo desapareció, Laura ha encontrado en la escritura el espacio para seguir hablando con Carlos. Las cartas han servido como medio para expresar sus sentimientos, para canalizar y desahogar el dolor ante la ausencia.


“Empecé a escribirle a él, como cartas. Ni elaborado ni nada, tal cual me salía. Nació como una necesidad para poder estar bien de mi mente. En una libreta. Ahí he escrito y es como mi diario, mi desahogo”.

Laura se apoya de las redes sociales para difundir esas palabras con la esperanza de que, donde quiera que esté, Carlitos pueda verlas.


Carta de Laura Galván a su hijo Carlos Alberto

Mientras las Buscadoras elaboran sus carteles, Ancer busca el mejor ángulo para las fotos. Cualquier espacio de la plaza refleja una realidad latente.


Los rostros de los desaparecidos tapizan las cuatro paredes de la plaza, que aunque ocupa toda una cuadra, no es suficiente. Faltan miles de rostros más.


En México, según datos del Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas, desde 1964 se han acumulado casos de personas desaparecidas. En mayo de 2022 esta cifra llegó a los 100 mil.


Objetos personales de Carlos

Tan solo en Nuevo León, se estima que hay más de seis mil personas que no han sido localizadas.


¿Así nada más porque sí desaparecen las personas?

¿Dónde están?

En la plaza, las Buscadoras encuentran un lugar de refugio. En ese espacio ellas pueden expresarse libremente. Se escuchan, pero sobre todo se entienden.


“Este lugar da paz. Es como si fuera nuestra casa. Ahí están las fotos de nuestros familiares, en ese lugar tenemos un espacio donde los podemos ver, donde podemos ver sus rostros”, comenta Luysa.


“Ahí vamos y celebramos sus cumpleaños, pero también vamos a abrazarnos y a llorar el día que se conmemora un año más de la desaparición de ellos o de ellas”, agrega.


Mientras avanza la sesión de fotos, una a una asiste al llamado de Ancer. Primero Laura, después Maricela, le sigue Lourdes y terminamos con Luysa. Cada una nos permite retratarse junto a sus carteles.


“No te rindas, te sigo buscando”


Nicolás y Reyes Flores son hermanos. Se dedicaban a la venta de fresas y el 28 de marzo de 2011 salieron de casa para dejar un cargamento en Tamaulipas. Han pasado 12 años y todavía no vuelven a casa.


Luysa, la esposa de Nicolás, los busca desde entonces. Aunque la lucha ha sido difícil, comparte, el colectivo le ha dado la fortaleza para seguir adelante.


Carta de Luysa Castellano a su esposo Nicolás Flores

“La unión del colectivo es como la piedra angular que debe sostener el proceso de trabajo. Es muy difícil por todas las diferentes personalidades, por las emociones que confluyen en el tema de la desaparición porque aparte siempre estamos con la sensibilidad a flor de piel. Somos una familia que nos elegimos para caminar un camino doloroso, difícil, pero que juntas esperamos encontrar a todas y a todos los que nos faltan”, puntualiza.


Espacios de expresión


Pasadas las seis de la tarde y después de más de dos horas de haber compartido tiempo con ellas, terminamos la serie de fotografías.


La falta de luz y la llegada de la noche, además de la jornada maratónica de las Buscadoras, nos lleva a concluir la actividad y agradecerles el tiempo. Como colectivo, exploran diversos estímulos que puedan fungir con el proceso de sanar una herida abierta, creando espacios donde la vulnerabilidad encuentra cabida.


Altar de muertos montado por familias de desaparecidos.


“Tener espacios de escucha, de expresión; cualquier cosa nos da esa parte de ser familia. Construir comunidad, integrarnos más allá del dolor, más allá de la esperanza, de los corajes o de los problemas”, explica Luysa.


Ellas emprenden acciones colectivas; se empoderan, se escuchan, sirven de soporte. El vínculo principal es el apoyo. Las distintas formas de expresión que emplean fungen como actividad catártica.


A través de acciones como la escritura, el bordado, el canto y la pintura, encuentran el soporte para exponer, compartir sus sentimientos y mantener viva la memoria de sus familiares mientras continúan la búsqueda para regresarlos a casa.


“Es como una necesidad de conectarte con tu hijo, como la necesidad de sentirlos. Unas escriben, otras bordan, otras cantan. Siempre hemos buscado algo que nos haga sentir conectadas con ellos de alguna manera”, dice Laura.


Al terminar la sesión, intercambiamos abrazos y nos despedimos. Prometemos vernos de nueva cuenta y nos comprometemos a avisar al llegar a casa.


 

¡Hasta encontrarlos!


Por Jacqueline Gutiérrez


Era una adolescente cuando comenzó, recuerdo que a voces se hablaba de que todo iba a cambiar, escuchaba nombres impersonales, balazos y se hacían referencias a mantas.

"Ten cuidado en el puente", "cuídate en Chapultepec", "salió un colgado", una mujer, un hombre, un desconocido que no volvería a su casa.

¿Así se escuchan los balazos?, ¿o son cohetes?

¿Así de pronto desaparece la gente?

A los dieciséis años, en mi primer trabajo como mesera, un compañero me enseñó cómo se clava una navaja correctamente: la entierras, una vez que pasa la piel jalas hacía abajo y luego en L, como el caballo en el ajedrez, para que no puedan cerrar.

Años después entendí que no tenía nada de normal esa enseñanza. Él solo era presa de la violencia y yo, del momento. Aprendí algo que no se debe presumir.


Crecer y vivir con violencia, sentir cómo te respira en la nuca,

caminar rápido, no hablar con extraños, mucho ojo después de las 10:00 p.m.


Era 2011, recuerdo, cuando escuché que mataron al otro mesero, a Choche, el de los ojos claros, que siempre olía bien y era devoto de San Judas. Entraron a su casa a matarlo a él y a su papá mientras dormían.


Andaba en malos pasos, decían. Y sólo sé que se llevaron la vida de un joven por cobrar la de su padre. Nuestra normalidad era esa, saber que alguno de nuestros conocidos murió porque alguien se cobró.


Así se sentía que la violencia fuera parte de mi vida.

En una tocada de alguna banda que no recuerdo, Blanca me contó de un grupo de Buscadoras, la música se combinaba mientras platicabamos. Me habló de armar una exposición para mostrar la vida del colectivo.

Lo primero que uno piensa cuándo se habla de las Buscadoras es la ausencia, buscan a sus personas.


¿Cómo podría ser justa con su búsqueda?


Semanas después las conocí, algunas llenas de fuerza, otras cansadas, lo pude ver en sus ojos. Era un colectivo cada vez más grande en el que todas buscan.


¿Por qué no se hablaba de ello?


Somos presos de nuestros contextos, víctimas de una sociedad rota, llena de parches, espacios que quedan en blanco y un número inimaginable de personas que nos faltan y la cifra aumenta.


Dejé de contar cuándo la cifra superó a los cien mil,

paré cuándo nadie decía nada.


Recuerdo la primera vez que vi llorar a una de ellas, sonaba la música en la Plaza de los Desaparecidos, era el día del altar de muertos para pedir por los que ya no están.


Las escuché sollozar mientras el sol se escondía, se me revolvieron las entrañas y pensé en que jamás podría calmar sus angustias.


Un nuevo dolor,

uno que no era mío, pero se sentía tan cercano.


No soy la misma desde la primera vez que las conocí. Nos unimos a una lucha que no sabíamos que nos tocaba, pero decidimos tomarla.


A veces toca pensar que las palabras cambian vidas, que quizás allá afuera alguien puede leernos, entender y creer.


Toca desde nuestra trinchera luchar.


Y si un día nos lees, recordar que en casa a alguien aún lo esperan.


 

Blanca Medina Viezca

Licenciada en Ciencias de la Comunicación y maestra en Administración por la Universidad Autónoma de Nuevo León; coordinadora de proyectos editoriales en comunicación institucional de la UANL; maestra de periodismo y redacción; doctoranda en Ciencias Sociales.

 

Jacqueline Gutiérrez

Licenciada en Artes Visuales por la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL); productora artística y gestora cultural en la Secretaría de Seguridad; colaboradora de la Secretaría de Desarrollo Humano; tallerista en el penal de Apodaca.

 

Alejandro Ancer

Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Autónoma de Nuevo León; estratega y creativo en The New Agency (TNA); Productor Audiovisual en la UANL; fotógrafo, productor y fundador de Recna MX.

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