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“Es más fácil imaginar el apocalipsis que el fin de un sistema que no sabríamos con qué reemplazar”:

Por: Miguel Ángel Lapuente

Leí Ahorita: apuntes sobre el fin de la Era del Fuego a finales del año pasado. Como en casi todo el trabajo periodístico de Martín Caparrós encontré rasgos de sociología envueltos en un sarcasmo característico de su trabajo. Lo que no sabía en ese momento era que el libro se podía interpretar también como un adelanto de lo que vendría en un futuro. En esta colección de artículos que fueron publicados en la revista El País Semanal, se muestra una crítica a la concepción del progreso, el cual se ha visto seriamente cuestionado por las condiciones que ha generado la pandemia: el rol de la tecnología, la desigualdad social, la globalización y nuestras prioridades de interacción social.

Proponer entrevistarlo levantó el entusiasmo del equipo que hace posible esta publicación, pero también me generó el reto de entablar un diálogo con un personaje admirado y dueño de una obra prolífica que no es fácil de sintetizar. Con Caparrós se puede hablar de literatura, periodismo, lo que atraviesa a estas dos disciplinas y sobre la complejidad de la realidad que vivíamos y que nos explica el presente, así como de futbol. Al momento de colgar la primera noticia que vi en redes sociales anunciaba la intención de Messi de salir del Barcelona y lamenté no poder preguntarle su opinión al respecto. En retrospectiva, considero que era la confirmación de una premisa de este oficio: lo único que podemos hacer es intentar fracasar dignamente.

Una de las premisas de este libro es presentar esa paradoja de lo que llamamos progreso, ¿de qué manera crees que la forma de contarnos ha impedido observar la incongruencia de esta idea lineal de la historia?

El tema del progreso es complicado porque hay tanta gente que está en contra como a favor y creo que sigo sin saber muy bien de qué estamos hablando. Lo que me impresiona es como la idea de progreso, la idea de cambio quedó del lado de la técnica, como sólo esperamos que las cosas que vayan mejorando, avanzando, cambiando para bien, sean aspectos de la técnica con la que vivimos: la digitalización, la informática, las mejoras en medicinas y el tiempo de vida. Y en cambio, la otra gran manera de progreso, la que en realidad tenía mucha más fuerza, la idea del progreso social, de que las sociedades funcionaran de una manera más justa y más decente se ha perdido últimamente.

¿Se ha fracasado a la hora de relatar la desigualdad?

La desigualdad se reseña periódicamente. Cada tanto sale una nota en los diarios, sobre todo cuando sale un informe de Oxfam o alguna de esas agencias que se ocupan de eso, donde dicen que 37 personas tienen la mitad de la riqueza del mundo y entonces uno dice: ¿cómo puede ser? Son especialistas en encontrar esas cifras que te impresionan y demás pero no pasa nada, esa es toda nuestra relación teórica con la desigualdad. Y eso tiene que ver con que no sabemos qué es lo contrario a la desigualdad. Queda claro que en este momento nadie postula la igualdad como contrario de la desigualdad, que es en realidad lo intuitivamente inmediato. No hay ninguna idea del mundo, ningún proyecto de sociedad que diga que tiene que haber igualdad entre todos. Entonces, como no sabemos qué es lo que querríamos en cambio de la desigualdad, estamos incómodos frente a ella. ¿Qué queremos, que haya poco menos de desigualdad? Sí, pero con eso no se pueden hacer grandes teorías ni grandes banderas. Por otro lado está, como decíamos antes, la idea de progreso técnico de más máquinas, de más consumo, todo esto que ha construido el capitalismo en el último siglo y que genera un mundo totalmente deformado. Hace muy poco escribía en un espacio donde ahora me gusta escribir, Chácharas (un blog o una página mía donde puedo escribir lo quiero sin pedir permiso a nadie) sobre la sorpresa que me produce que a causa de la pandemia hayamos tenido que reducir muchísimas de las cosas que hacíamos. La gente de clase media, los que podemos seguir comiendo aunque no salgamos a la calle a ganarnos el pan del día, nos hemos encontrado con que hemos reducido mucho lo que solíamos hacer y aquello que solíamos consumir y gastar, y la vida está bien, sigue igual y no pasa nada. ¿Será que no es necesario, entonces, este mundo que nos hemos armado de estar todo el tiempo trabajando y buscándonos dinero para poder consumir un poquito más porque eso es lo que supuestamente nos da la medida de nuestro éxito en la vida?, ¿será que se puede vivir de otra manera? Claro que se puede vivir de otra manera, salvo que la economía de todos nuestros países está organizada de tal forma que un porcentaje enorme de la población vive gracias al hecho de que estamos todo el tiempo consumiendo cosas que no necesitamos. Y si no consumiéramos esas cosas que no necesitamos habría miseria por todos lados. Es un sistema muy malo.

¿Es más fácil pensar el fin del mundo que el fin del capitalismo?

No hay una visión, por lo menos difundida, de pensar en un mundo fuera del capitalismo porque no hay una idea de reemplazo. Durante buena parte del siglo XX se suponía que dos sistemas peleaban por imponerse: el socialismo y el capitalismo. Había una opción. El socialismo real funcionó tan mal que actualmente no hay un sistema que se oponga al capitalismo. Eventualmente habrá porque esas cosas siempre suceden, no hay un sistema político, social, económico que haya durado para siempre. Todo se acaba, todos son reemplazados por otros, pero son construcciones muy lentas y en este momento no está construida la propuesta del sistema que podría suceder al capitalismo. No conseguimos imaginarnos que se acabe porque no conseguimos imaginarnos cómo serían las cosas después. Es por eso que es más fácil imaginar el apocalipsis que el fin de un sistema que no sabríamos con qué reemplazar en este momento.

La pandemia ha generado que la era de las pantallas haya tomado más fuerza, el confinamiento nos ha obligado a desarrollarnos a través de ellas y esto, me parece, fortalece tu idea de que el registro histórico quedará en las imágenes de las cámaras, en los vídeos, ¿qué tanto perdemos cuando prescindimos de las palabras?

No sé si prescindimos de las palabras, le damos a las palabras un canal distinto. Un canal que no es el escrito, es otro registro, es otro ritmo, es otra prosa. Las palabras están ahí, yo creo que pocas veces se han usado tantas palabras como en los últimos meses, en la medida que lo único que tenemos para contactar con los demás son precisamente las palabras. Lo que pasa es que en muchos casos a esas palabras, como decía el viejo cliché, se las lleva el viento, porque simplemente se pronuncian frente a un ordenador o frente a un computador o frente a un teléfono. Pero las palabras están ahí y siempre buscan la manera de instalarse en los rincones más inesperados. Pero también es cierto: escribía hace unos meses en un artículo que se llama El mundo es plano, en el que me sorprendía porque estamos en un momento donde no hay espesor, no hay profundidad, todo lo que vemos frente a nuestros ojos es esa pantalla plana, lo cual retoma el tema principal del libro, que es esta idea del fin de la era del fuego. La civilización humana se creó a partir del fuego y alrededor del fuego y gracias al fuego. Somos productos del fuego. Gracias al fuego empezaron a juntarse los primeros grupos que estaban por ahí y empezaron a defenderse de las fieras y empezaron a comer caliente y sobrevivieron a los inviernos y, por lo tanto, se expandieron más. Empezaron a moldear metales y quemar maderas para hacer herramientas. El fuego es central en nuestra civilización y ahora ya no está. Si te fijas, en tu casa probablemente tienes muy poco, antes había muchos focos, una casa de los 90 estaba llena de focos de fuego: el calefón, la cocina, el encendedor para los cigarros. Ahora cuanto más rico es un país, menos fuego hay en las casas de sus ciudadanos. Todos esos aparatos son eléctricos, la gente no fuma, no hay espacio para prender una fogata, el fuego está desapareciendo muy aceleradamente de nuestras vidas, y es impresionante porque fue lo que condujo a nuestra civilización a lo largo de miles y miles de años. Nunca habíamos pensado que en algún momento iba a salir de nuestra cultura.

Y al mismo tiempo, el fin de la era del fuego también implica que la temporalidad cambia. Hay un texto en el libro donde señalas que el fumarte un cigarro a veces no solamente es fumarte un cigarro, sino medir cierta cantidad de tiempo, y en ese sentido también salta como metáfora que vivimos tiempos en los cuales la temporalidad ha cambiado por completo y no están muy marcados esos límites que antes se marcaban por diferentes cotidianidades.

El caso del cigarrillo me parece clarísimo. Yo fumé muchos años y un cigarrillo era realmente una medida de tiempo. Nosotros en Argentina diríamos: me fumó un faso y después salgo; me estoy tomando una cerveza con un amigo y digo: me fumo un faso y después me voy. Era claramente una medida de tiempo, además de muchas otras cosas. Efectivamente es difícil ver pasar el tiempo ahora. Así como uno no lo puede ver pasar en un cigarro, tampoco lo va a ver pasar en general en un reloj de números digitales, esa sensación de la aguja del reloj, el segundero que avanza, que te permite ver el paso del tiempo también se ha perdido. Ha cambiado fuertemente la medición del tiempo, vivimos en tiempos simultáneos. Para ti es ahora mediodía y yo estoy por cerrar el boliche y ponerme a cocinar, y sin embargo estamos compartiendo un momento que vivimos en tiempos totalmente distintos. Hay cambios muy fascinantes en cómo usamos el tiempo ahora en comparación a como lo hacíamos hace un par de décadas.

Siempre he notado que tu trabajo periodístico contiene una crítica hacia el mismo oficio del periodismo. Pensé recientemente en una frase que le escuché a Juan Villoro, que decía que los periodistas cada vez estaban más gordos mientras que los periódicos estaban cada vez más flacos. ¿Qué riesgos surgen cuando se somete al periodismo a la literalidad de las imágenes que se ven en las pantallas o en las redes sociales y se deja de salir a la calle, en este momento también por el temor al contagio?

En este momento tiene sentido por el miedo al contagio, pero hace un año no había ningún contagio y era muy raro que el periodista saliera a la calle de todas maneras. Eran pocos los que lo hacían porque nos hemos acostumbrado a esa solución de facilidades que consisten en tener el mundo en tu escritorio. Pero insisto y subrayo: de una manera ya mediatizada por otros que lo han mirado, que te dan su visión y que jamás podrá reemplazar el tipo de aprendizaje que uno logra cuando va a la fuente de las cosas para saber cómo es lo que quiere contar. Estamos haciendo un periodismo cada vez más desagradable pero que como casi todo, tiene razones económicas. Se hace porque muchos editores creen que sus lectores no aprecian el buen periodismo y lo que les ofrecen para mantener a flote sus publicaciones, para ganar dinero, es basura. Para qué van a mandar a alguien a enterarse sobre algo si al publicar un chisme de alguien van a conseguir más clics, y por lo tanto, más publicidad. La mayoría de los medios no tienen ese respeto por sí mismos que consistiría en decir: ‘yo voy a hacer buen periodismo, lo que yo creo que es buen periodismo, más allá de la recepción que tenga. Voy a hacer buen periodismo, a veces si es necesario, contra el público. Si el público me pide basura yo no le voy a dar basura porque no es algo que me interese’. Son muy pocos los que lo dicen y, por supuesto, son los buenos.

Es importante, entonces, cuestionar el rol que tiene el algoritmo en los procesos de editorialización en los medios de comunicación.

Sí claro. Cada vez lo he escuchado más. Se dice que el que decide qué se publica y qué no es el algoritmo, el cual es, dicho de alguna manera, el mecanismo por el cual algunas notas reciben más atención que otras y son puestas en espacios más importantes que otras. Muchas veces ese algoritmo es el que hace que se publiquen estas porquerías que van a tener más atención y van a tener más clics. Por eso digo que me parece que vale la pena decir: ‘no, yo tengo ciertas ideas, yo creo que esto vale la pena ser contado y voy a tratar de contar esas cosas de la forma que mejor me parezca, no de la forma que el público, a través de estos algoritmos, demande’.

¿Qué percibes sobre la cobertura durante la pandemia, consideras que tendrá una influencia sobre el entendimiento de los problemas estructurales?

Fue muy difícil, sigue siendo muy difícil contarlo porque es una situación totalmente nueva, totalmente desconocida y cambiante sobre las cosas que creemos saber. Un mes después o dos meses después descubrimos que en realidad las cosas no eran como creíamos. Es lo habitual en los procesos en los que la ciencia es la que define el recorrido del asunto. Pero la ciencia se basa en el ensayo y error. No hay certeza, no hay dogma. En algún momento, por lo menos aquí en España, te decían que la mascarilla no servía para nada, que no valía la pena, que era una tontería, que era una pérdida de tiempo y de dinero. Ahora no te dejan salir a la calle y te ponen una multa si no tienes mascarilla. Nosotros lo hemos contado siguiendo esos vaivenes y convencidos de que lo que sabíamos era cierto. Hasta que nos hemos vuelto más prudentes porque muchas veces nos equivocamos cuando creemos saber algo definitivamente. Por otro lado, es una situación muy difícil de contar porque no sucedía en ninguna parte. Es mucho más fácil contar una reunión política, una marcha, un partido de futbol, esto no sucedía en ninguna parte. La característica más clara era que todo el mundo estaba encerrado, ¿entonces dónde lo vas a contar? Algunos periodistas fueron al epicentro, a los hospitales, a la iglesia y era difícil también porque en muchos lugares no te dejaban. No sabemos cuáles van a ser las consecuencias de todo esto. Se están presentando cosas horribles: el grado de pobreza que se está creando es enorme, pero bueno, tampoco está pasando ahora, creemos que va a pasar. ¿Cómo contamos lo que no ha sucedido? Es una situación complicada y por eso, particularmente, fascinante.

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