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Lo que el terremoto se llevó

El sismo de 8.2 grados en la escala de Richter, con epicentro en Pijijiapan, Chiapas, se convirtió en el más fuerte del último siglo en México. Dejó como resultado 102 fallecidos, 283 municipios afectados en el estado de Oaxaca (en su mayoría catalogados como zonas de desastre), más de 40 mil viviendas dañadas y miles de personas incomunicadas.


Por: Anaid I. Saynez Moya


Septiembre 7, 2017. 11:49 pm


En lo que parecía una noche común, en mi habitación ya acomodándome en la cama, el suelo empieza a moverse. ¡Está temblando! Me levanto tan rápido como puedo, dejo los zapatos al pie de la cama. Abro la puerta a medio camino, entre el pasillo y el patio, me encuentro a mi esposo y sin decir una palabra, salimos corriendo.


En medio del movimiento se apagan las luces, y la Luna que brilla con una intensidad poco común para la fase menguante, nos ilumina. El único ruido que se escucha proviene de la misma Tierra, similar a un estruendo. Temo que se pueda abrir en cualquier momento. El movimiento es intenso, apenas puedo mantenerme de pie.


El ruido es escalofriante. Pido en silencio que esto acabe pronto. Vivo los tres minutos más largos de mi vida y por un momento pienso que son los últimos. El auto se mueve con violencia, parece que se va a estrellar contra la pared, y los árboles se balancean con fuerza haciendo que las ramas choquen entre sí.


De forma abrupta cede el movimiento. Silencio. Mi hermano se acerca con dificultad desde el otro lado de la casa y respiro con alivio al verlo.


Incomunicados, sin señal en los celulares y sin línea en el teléfono residencial, empiezan a salir algunos vecinos asustados a las calles; alguien dice que el centro está muy afectado. Nos quedamos afuera con miedo de entrar a la casa, por si vuelve a temblar. Tomamos tequila para pasar el susto y pasamos esa noche sin dormir, en espera de que amanezca para poder ver las dimensiones de los daños.


Los primeros días fueron los más difíciles. Salir y ver nuestra casa con grietas y las paredes a punto de convertirse en escombros, me dejó con un nudo en la garganta. Y como la nuestra, la de casi todos. Muchas incluso peor. El pueblo que siempre está alegre se sume en la tristeza al verse roto. Pasar por las calles sin llorar es imposible. Vivir se vuelve más complicado, las réplicas son parte de la cotidianidad, junto con el temor a que El Terremoto se repita.


A los tres días llega la ayuda para hacer el recuento de los daños. De pronto Oaxaca está en la mira de todo el mundo, el Presidente llega y observa las consecuencias del temblor. Las autoridades hacen todo lo que pueden — o nos dan a entender que eso es todo lo que pueden — y realizan un censo para saber quiénes fueron los más afectados. Los periódicos, televisión, radio y redes sociales se llenan de información, fotografías y videos de los escombros, de la gente desconsolada en los albergues.


Las escuelas tienen fisuras, hay edificios que apenas se mantienen en pie. Algunos negocios dejaron de funcionar y personas que vivían del comercio se encontraron con que su sustento también se había convertido en escombros. Las personas que tenían familia en otros estados se fueron. En el ambiente reina la inquietud.


23 de septiembre 2017. 07:53 am


Para ese momento han habido más de dos mil sismos, que se mantienen entre tres y cinco grados. Al estar en la zona donde coinciden la placa de Cocos con la de Norteamérica y la del Caribe, el estado de Oaxaca tiene en promedio siete al día. Durante estas semanas esa frecuencia aumenta al doble. En los días más duros da la sensación de que hay temblores cada hora. La segunda réplica con mayor intensidad fue de 6.1 grados y terminó de dañar la estructura de los edificios ya afectados. La paranoia no nos libra de la sorpresa, por un momento revivimos aquella noche. El alboroto de la Tierra, el movimiento, el pánico. Sólo nos queda esperar… algo, no sé qué.


Las familias que salen -porque pueden- un par de días del estado buscan distraerse para evitar que la realidad les afecte todavía más. Tratan de huir, pero hay sensaciones que no se pueden olvidar. Detalles que antes habían pasado desapercibidos como el ligero movimiento de un mueble o el sonido de un camión de carga reviven la terrible sensación de El Terremoto.


Las réplicas no cesan y conforme pasa el tiempo la atención de los medios va perdiendo fuerza. Comienza la época de lluvias y, a pesar de esto, la gran mayoría de las personas prefieren pasar la noche en una calle inundada, en el patio o dentro de los autos, antes que entrar a sus casas.


Por otro lado, se habilitan refugios para que los habitantes puedan descansar, recibir atención médica o psicológica, así como víveres.


El Terremoto hizo que la vida cambiara. Evitamos lo más posible estar solos y dentro de lugares cerrados. Se vive con una sensación de miedo constante, a la espera de que la Tierra brinde un respiro, que lo peor ya haya pasado. Ciudades y pueblos caracterizados por su espíritu alegre y sus fiestas se mantienen en silencio.


Las festividades tradicionales que tenían meses de preparación se cancelaron, nadie tiene ánimos ni motivos para celebrar. En la cabeza de las personas sólo está presente el reto que significa reconstruir su hogar. Venden sus pertenencias con resignación y esperanza. El apoyo económico del gobierno apenas alcanza para comenzar- o ni para eso.


Muchas escuelas dejaron de dar clases como medida de protección ante la falta de un lugar apropiado para hacerlo, con riesgo de que los estudiantes pierdan el ciclo escolar. Otras daban clases en línea, mientras algunos tuvieron que mudarse a otros estados para continuar con su educación.


Lo sucedido demostró la falta de preparación que hay en la población y el gobierno para atender un desastre como este. Los daños sobrepasaron la capacidad de reacción que se tenía y dejó en evidencia que no existe un protocolo para la protección de los habitantes, a pesar de vivir en una de las zonas con mayor actividad sísmica del país.


TRES MESES DESPUÉS


El proceso de reconstrucción avanza con lentitud, se ve afectado por el aumento en el precio de materiales y mano de obra, la falta de recursos, los problemas económicos que ya afectaban a la región previos al sismo y la llegada del invierno, que también trae consigo más réplicas.


Cuando se reanudan las clases el patio se convierte en el aula, ya que todavía está presente el temor de estar en un lugar cerrado. Se realizan simulacros, pláticas, terapias para estudiantes y el personal. Se crean puntos de reunión y rutas de evacuación que antes no existían. En algunas escuelas los edificios fueron declarados pérdida total y tuvieron que habilitar salones provisionales para que no se perdiera el ciclo escolar.


DOS AÑOS DESPUÉS


El código del censo pintado en las paredes todavía no ha sido borrado. Los escombros no se van, se transforman en una montaña sobre el río. Cruzo el puente que une a las dos partes del pueblo y el paisaje está lleno de ausencias. No sé si en algún momento recuperamos la cotidianidad o adaptamos los cambios de una forma que terminaron por convertirse en parte de una nueva cotidianidad.


Con el dinero del Gobierno Federal, las donaciones de empresas y fundaciones mexicanas y extranjeras se reconstruye lo que se puede. Mejores cimientos y nuevas columnas. Nadie olvida lo que pasó y se preparan para lo que pueda venir. El miedo ya es parte de nosotros.

También hay problemas: personas que a pesar de estar contabilizadas tuvieron que esperar más de un año para recibir el apoyo que el gobierno había prometido y se construyeron casas que no eran apropiadas para el húmedo calor de la zona, y que a simple vista desentonan con la arquitectura del lugar, en donde antes había casas que podían ocupar media calle ahora son solo pequeños espacios en forma de cuadros para una familia.

Construcciones de gran altura fueron reemplazadas por espacios pequeños en los que apenas se puede estar y en los que durante el verano la temperatura que suele pasar por encima de los 35 grados se vuelve insoportable. Las construcciones grandes que habían estado ahí por generaciones ya no están. Diferentes establecimientos no se podrán reparar y lo único que les queda es convertirse en prueba de que alguna vez existieron. Otras casas comienzan a fundirse con la vegetación.


Las ausencias nunca podrán ser llenadas, pero la vida sigue y no queda más que aceptarlo. El Terremoto deja de ser el tema de todos los días dando paso a la alegría, el color y la música. Sin embargo, ocasionalmente la Tierra suena y una sacudida les recuerda a todos que nada es permanente, y que en un par de minutos todo puede cambiar.




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